Debilidades y Vicios

Caracas, café, Masseratti y política

Un día en el metro

Carmen es una muchacha caraqueña de 21 años de edad, está terminando de estudiar en la Universidad Católica Andrés Bello y tiene una beca. Ella vive en los Magallanes de Catia con sus padres y sus dos hermanitos.

Su día comienza a las 6am (eso ya es tarde para algunos hogares caraqueños). Se levanta. Tiene que bañarse con tobito -o totuma-, y eso ha sido así desde que ella lo recuerda. Ayuda a su mamá con el café para arrancar el día con energía. Agarra su morral y se despide de sus papás. Su día está por comenzar.

Son ya las 6:55 a.m. corre para agarrar el carrito, ella reconoce que sale en la peor hora, la hora pico de las mañanas. Pasan tres carritos antes de que ella pueda montarse en uno.

Los mares de gente son impresionantes, día a día escucha las conversaciones de la gente, sus quejas, sus vivencias; sabe quela jornada será larga y espera que el servicio del metro no la alargue. Después de caminar con cuidado, pendiente de todo aquel que se acerca, pues sabe que la pueden robar, entra a la estación del metro para nuevamente hacer colas para el toniquete y para abordar el vagón.

Ya en el anden continúa la travesía, dejar pasar uno cuantos trenes, entrar a empujones en el quinto. Ya son las 7:55 a.m. Debe estar en su destino a las 8:30 a.m. Antes, todo este recorrido lo hacía apenas en 45 min, pero “Caracas se quedó pequeña”, como se lo dijo una señora un día en el metro. La ciudad creció muy rápido y con poca planificación para la cantidad de gente que vive y trabaja acá.

La mezcla de olores, sentimientos, sonidos hacen que Carmen piense que el metro tiene “vida propia”. Por ahí circulan a diario cientos de miles de personas, cada uno con su historia, cada uno con su realidad y en su mundo. Entre frenos y empujones, con breves paradas en los túneles, correr la transferencia, ella llega a su destino: Antímano.

Al pasar el rato, Carmen llega a su universidad, pasa el día asustada por la inseguridad, pero esto no le quita la energía para trabajar, estudiar, ir a la biblioteca, hablar con sus amigas. Se hacen las 8:00 p.m.,  es momento de irse a casa. Carmen camina la pasarela de la UCAB sin poder sacar el celular (baratico por cierto) pues los malandros la pueden robar cuando camine hacia el metro. Una vez adentro respira.

Sin embargo, entre el apuro, el cansacio y la angustia olvidó algo que su mamá le decía todos los días: “Hija, no te montes en el último vagón”. Corre porque suena el pito. Al cerrarse las puertas y recojerse en cabello aparecen ocho tipos con pistolas y bolsas negras. No lo podía creer, pero estaba ocurriendo, un robo masivo al mejor estilo de Hollywood.

En la siguiente estación, con ganas de llorar y sobretodo con muchísima impotencia se baja del metro, los tipos se quedan. Sabe que es injusto, sabe que esto pasa por mil razones, agarra fuerza, lo poco que le dejaron y aborda el próximo metro, en el primer vagón. A pesar de todo esto, la vida debe continuar, ella sigue con esperanzas de que este país puede cambiar y llegar a una Venezuela donde eso no ocurra.

Esta es la historia de miles de venezolanos, en el metro, camionetica, barrio o urbanización. Esto no sólo es culpa de los malos gobiernos, también está en nuestra poca capacidad para ayudar a resolver y prevenir el problema. El próximo año, luchemos más por el país para no seguir preguntándonos: ¿Hasta cuándo?

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