Debilidades y Vicios

Caracas, café, Masseratti y política

Hace un año

Hace un añoooHace un año estaba en Buenos Aires, después de pasar una larga noche pegada a la televisión recibí una llamada de mi mamá a las 6am, ya sabía de qué se trataba y no quería atender, pero Nani dormía, así que corrí a atender…

– Hola mami.

– Hola hija ¿Cómo sabías que era yo?

– No sé, sólo lo supe.

– ¿Qué vas a hacer hoy?

– Mamá, en Caracas son las 5:30 am, ¿De verdad me estás llamando para saber mi agenda del día?

– ¿Estás sentada?

– Mamá, ¿Qué pasó?

– Se nos fue el viejito.

– (Yo había entendido perfectamente, pero aún así) ¿Quién? ¡No mamá, eso no pasó!

– Tu abuelo Laurita, escúchame, cálmate, todo está bien, tu abuelo estaba muy viejito, se murió durmiendo, no sufrió.

– Mamá todo está innundado ¿Cómo lo van a sacar? Me quiero regresar hoy.

– No te vas a regresar, quédate tranquila.

– Mamá, por favor, si no me cambias el boleto lo hago yo.

– Déjame ver qué puedo hacer, sigue durmiendo, come algo y quédate tranquila.

Mi abuelo era una de las personas más importantes de mi vida, fue el que me enseñó que «para todo hay tiempo en la vida» cuando yo tenía sólo 6 años, aunque lo entendí recién hace un año. Me dijo: «Los hombres sólo quieren una cosa en la vida, así que cuídate de ellos». Me enseñó a nadar, y a disfrutar de mis vacaciones montada en la mata de mango o en la de mamón del patio trasero de su casa en Higuerote. Me enseñó a tomar ron y en nuestra última navidad juntos pues fui yo la que le compró su botellita de ron y se la tomó con él (en contra de todos) porque igual y él tenía que disfrutar lo que le quedaba de vida.

Vivió como le dio la gana y pues obviamente también murió cuando y cómo quiso. Se acostó a dormir y dijo: «Ya está bueno de tanta lavativa (b)». Tan bello.

Me regresé ese día a Venezuela, hice maletas en un tiempo record considerando que había comprado un montón de cosas y que no me gusta hacer maletas. Ese día corrí a casa de Joé Daniel mientras Nani dormía y ahí lloré todo lo que necesité llorar. Eran las 7am en Buenos Aires y yo me caminé 5 cuadras en pijama. Pasé más de 14 horas en el aeropuerto de Lima y me ayudó un buen amigo, Dino Raúl, que conocí hace años en un curso en Estados Unidos. Mandó a su primo, me invitó la cena, me dio unos cuantos dólares y estuvo muy pendiente siempre.  A las 2:00 am, me di cuenta que no llegaría al entierro del abuelo y comencé a llorar como loca en un baño. Al salir me encontré a una colombiana panísima que visitaré el año que viene, y fue mi compañera de aeropuerto. Las 14 horas de espera no serían tan terribles gracias a los cuentos de la vida, nos hicimos amigas esa misma noche.

Hace un año que no piso la casa de Higuerote, le traía al abuelo unas cuantas camisas y caramelos argentinos. Creo que uno nunca termina de entender muy bien el ciclo de la vida, pero es así. Mi abue sigue conmigo en mi pensamiento y todos aquellos que en algún momento fueron a Higuerote conmigo saben que era obligatorio pasar por su casa a darle un abrazo. Hoy todavía lo extraño, pero hablo con él a diario.

De ese ocurrió sólo aprendí que no estamos preparados para una emergencia. En esos días Higuerote estaba bajo el aguan, los desagues no funcionan en el pueblo que está al nivel del mar, la tragedia no fue mayor porque no hay montañas cerca. Hace un año estoy preguntándome qué ha hecho el gobierno nacional para prevenir una tragedia, la respuesta es: Nada. Hace un año, por primera vez viví que una gobernación ayudara a un pueblo olvidado y sin palanca. Aunque llamé a mis amigos, entre ellos Ale Narvaez, ya la ayuda estaba llegando a aquellos que, como nosotros, perdimos absolutamente todo. Esas cosas que más que muebles son recuerdos.

Hace un año tomé le decisión de que la mejor manera de arreglar este país, es poniendo no granitos sino kilos de arena. ¿Qué esperas para tomar esa decisión tu? ¿Qué haces para que Venezuela sea un mejor país?

Navegación en la entrada única

Deja un comentario